Hoy recordamos a un hombre que dejó una huella imborrable en nuestro club. Fue el futbolista que más veces vistió la camiseta roja y negra: nada menos que 431 partidos oficiales. Su lugar estaba en la defensa, en ese puesto que en su tiempo llamaban centro half, y que hoy identificaríamos como un mediocampista defensivo, encargado de dar equilibrio y firmeza al equipo.
Era un jugador leal, capitán respetado por todos, incluso por sus rivales. No necesitaba brillar con goles; su grandeza estaba en el orden, la entrega y la confianza que transmitía dentro de la cancha.
Cuando colgó los botines, siguió ligado al club y lo llevó otra vez a la gloria, esta vez desde el banco, guiando al equipo en varias tempoaradas y coronando el ascenso en 1972 que todavía se recuerda con orgullo.
Más allá de los años, su nombre sigue vivo en cada hincha, porque hombres así no se olvidan.